miércoles, 8 de julio de 2015

Triste y nada que hacer...

Para cuando cerré los ojos estaba tan cansada que parecía imposible creer que descansaría...

Los ojos los tenía secos, las manos con esa sensación de que me faltaba algo y la mirada pérdida... miraba a todos pero estaba en otro lugar, mi jefa me hablaba y le contestaba por automático, nunca me voy a olvidar que ella dijo, "a veces parece que fueras un robor", corría dejado cosas, llevando cosas, buscando y finalmente término el día...

Me puse los jeans y mire mi reflejo  parecía otra persona, una a la que la vida la consumía, me sonreí como si eso ayudará a aplacar mi pena, "quien soy yo para..." quisiera responder le... soy quien te ama... pero no soy nadie... nadie para él... lágrimas.

Me lave la cara con agua helada y eso ayudó, pero no suficiente, soy una mujer, soy madre, soy amiga... pero de él no soy nada.

No tengo un grado de confianza para llamarme su amiga, ni de cercanía, no tengo derecho a alegar le lejanía pues no puede estar cerca y finalmente no puedo evitar saber que esto... todo esto me pasa porque no puse distancia cuando debí hacerlo...
Llege a casa, la falta que me hace mi hijo, la distracción, la sensación de propósito, los hijos te dan un deber que te recuerda salir adelante a pesar de uno mismo... la falta de tranquilidad en mis pensamientos y la peor la falta de serenidad me tiene reparando en que respiro mal y que me falta el aire.

Quise hacer todo lo posible para salir de mi estado invariable de pena, quise incluso reír... pero no me sale, mi expresión es de pena y hasta mi hermana la nota. Salí a tratar de despejarme y me dio la impresión de que cualquiera pudiera atravesar me con la mirada, vulnerada, como si en viento me atravesará y la mirada de los desconocidos me criticara "He! Tu la de los ojos tristes!  Despierta, tu vida no es tan miserable!"

Así que volví sobre mis pasos y regrese a a mi casa, mi gran departamento, con las pareces calmas y la sensación de estar en silencio pese a que en realidad,  estamos en medio de la capital.  Me metí la cama y simplemente cerré los ojos.

Sábado seis de la tarde, recién almorzando esto es lo mas lejos que puedo permitir llegar mi tristeza, mi sensación de impotencia y la rara rabia que me cruza la mandíbula cuando pienso que él era para mí todo y yo apenas un fantasma.

Domingo y mi serenidad regresa a eso de las tres de la tarde, buscó y decido que es hora seguir adelante, cerrar la puerta, de dejar de roer mi pena, no más. Y mis manos se sienten vivas, mis ojos se oscurecen lentamente.

Macarena GD