Tengo mil razones para aceptar que no puedo hacer nada y una
sola para querer salir corriendo a ti, me parece a veces que estar entre la cercanía
y lejanía, es más agotador que la simple noción de que no hay nada que hacer. Todo
partió la semana pasada, después de recibir esa llamada en la que me pareció
que no habían razones para hacer algo y un impulso ajeno me hizo recapacitar
del posible error, y en serio era un tremendo error no ir.
Partí a su busca y cuando tuve a mi hijo en frente, me pareció
que el universo se movía a otro ritmo, porque en serio necesité sentarme para
poder reaccionar lo mejor posible y no deshacerme en gritos, escuchar
concentrada a la inspectora, y terminar caminando de la mano de mi hijo, que
restaba importancia porque ya no le dolía tanto… a mí me dolía ese parte del corazón
que no descubres hasta que eres madre y que no hay manera tranquilizar hasta
que la paz regresa al espíritu.
Caminamos al auto de mi madre, mi pequeño preocupado de tonterías
y por suerte mi madre con esa actitud desprendida me hablaba de todo tipo de
cosas, para sacarme del estado de estuación, ¿quién diablos nos enseña a
reaccionar tan mal? Debería haber un curso intensivo de aprenda a reaccionar, o
alguna cosa de esas en las que te expliquen que el mundo sigue pese a que uno
no tenga como entender algo que te sucede.
En general pequeño estaba bien, su ánimo siguió igual, comió
y jugo por la sala de esperas, luego de varias horas, la atención del medio fue
rápida y aunque a esas alturas mi carácter se había suavizado, no me terminada
de caber en la cabeza que con semejante golpe mi hijo corría por el pasillo del
hospital hacia rayos, pero en fin así ocurría y yo corría detrás de él para
solamente descansar mi lado serio y no asustarlo con lo evidente, esto era más
serio de lo que él veía, quizá porque ningún niño a los 8 años entiende que
recibir un golpe contra el suelo gratuito, que lo deja con sangre de narices es
en sí un acto de violencia condenable, y no se debe hacer.
Luego en espera de los resultados de rayos, la médico dice
que está todo bien y me parece que la nube negra que me perseguía se desvanece,
pero mientras que comenzaba a soltar los músculos tenso, me preguntaba, que
rayos ocurre en el colegio y como llegó a pasar esto.
La explicación de mi hijo, fue la siguiente: “Mamá, había
una mancha roja en el suelo, que creíamos podría ser la sangre del fantasma y
yo me agache a probarla, pero cuando está por llegar al suelo (se agacha y hace
la mímica), sentí un empujón en la cabeza contra el suelo, no vi quien me
empujó, pero no debe ser con querer mamá, tal vez alguien tropezó conmigo y no
me vi como quedé hasta que me quitaron el hielo de la cara.”… Mi explicación,
es que algún niño, vio la oportunidad de hacer la maldad y no midió las
consecuencias, después de todo mi hijo seguro como es, lo debe haber hecho
sentir envidia y entre eso y la oportunidad, quiso jugar la broma sin tener
idea de las consecuencias.
Aún no termino de entender como un supuesto fantasma dejaría
una mancha, o porque era necesario “probar la mancha”, pero entre que la lógica
de los niños es inocentes, mi hijo demostró ser valiente lastimado. Lo que me
preocupa hoy, es que no se tan bueno es romperle esa inocencia que tiene.
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