martes, 13 de marzo de 2007

Cuidad Capital 4

Miraba la vitrina de pasteles, solo llevaba unos minutos esperando, se preguntaba si debía comprarle algún pastel o esperar a que llegara, tal vez ella lo estaba probando, y debía esperarla con un café late en la mesa, junto a su jarro de medio litro de café.
La luz del sol segaba al conductor, la hora de entrar a la oficina, la hora más complicada, de mayor conflicto y peligro, todos estaban apurados, todos querían llegar a su destino. Ella caminaba por la calle pensando que ya estaba cerca. Cruzo la calle y solo escucho el ruido que cedía las acciones a continuación, la imagen difusa llegando a desaparecer, las manos de alguien moviéndola, su rostro contraído por el dolor, y la angustia.
Las manos enzima de las rodillas, sus ojos expectantes, de pronto el tumulto de lo hizo levantarse de su asiento, impulsado por la curiosidad, camino hacia la puerta, voltio a ver a la chica del mostrador y le pidió que no se llevara sus cosas de la mesa, a pesar de que no había mucha gente cada cierto tiempo pasaba alguien que repasaba las mesa y limpiaba.
En la calle, algo lo atemorizo y comenzó a correr. La pequeña multitud no hacía nada útil, nadie había llamado a la ambulancia y nadie sabía que hacer. El conductor no paraba de repetir “No la vi, le juro que no la vi” y la mujer que estaba mas próxima a la persona tendida en el suelo, negaba con la cabeza, y trataba de articular palabra.
Sus ojos se posaron en ella, estaba pálida, se veía triste frágil en el suelo de cemento. El se abalanzo entre la gente hasta que logro hincarse a su lado y mirarla. Trato de hablar peor no pudo, tomo su celular, marco emergencias y solicito una ambulancia, le tomo la mano y se la beso, tratando de decirle con actos que la cuidaría. Ella no reaccionaba y podía decirse por el tiempo que llevaban en ese lugar que estaba mal.
La subieron en camilla, el la acompaño sin dar explicaciones de quien era, o porque la acompañaba. Desde el café, las niñas que atendían vieron todo, no hizo falta ponerse de acuerdo para saber que cuando el volviera le regalarían un desayuno, como el que no se comió ese día.
En el hospital, el celular de ambos comenzó a sonar, casi al unísono. Contesto el de ella para informar a la persona del teléfono del accidente, y luego busco el nombre de la hermana que le informo la secretaria que le había hablado. La mujer que hablo tuvo la prudencia de no aseverar que era una broma y esperar a que le dijera el hospital y el número de pieza para ponerse a llorar y repetir incasable “Voy para allá”. Solo después de eso respondió sus llamadas.
La llegada de la hermana fue triste, el abrazo de consuelo lo dejo vulnerable, las pocas palabras que se dijeron fueron sus nombres, solo debía esperar a que despertara. Cuando fue hora de almorzar se turnaron para salir por unos minutos ambos querías estar cerca cuando ella despertara...


mak

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