martes, 3 de febrero de 2015

Salir del caos, entrar al mundo real... Tic tac...

Tic tac… tic tac… escucho el reloj de pulsera mientras trato de concentrarme en pegar las cajas que compre para vender chocolates y galletas. Tic tac… rayos porque el tiempo pasa tan lentamente cuando estoy triste?

La mirada en la caja esta quedó mejor, no se marcó el borde y está bien pegada, esto de ser autocritica me hace ser perfeccionista al punto que me exaspera un error, aunque tengo claro que no debería ser así de exagerada, pero lo soy… Exagero todo, así como mi imaginación vuela y lo creo planeando un viaje para venir hasta mi puerta, pero todo se desarma cuando recuerdo que él no es como otros, como el que era capaz de pasarme la cera en las piernas para no perder un segundo junto a mí, o el que era capaz de estar todo el día diciéndome lo feliz que era solo por estar tomado de mi mano… “Si es cursi –me repito sola en voz alta- que cursi te has puesto, deja a los otros en el pasado, recuerda que por algo los dejaste, aunque ahora no te acuerdes de lo que hizo que no funcionara“

El Che aparece entre medio de la historia después de un año y medio sin tener idea en que parte del mundo anda, hablamos…  y para mi sorpresa sigue siendo el irreverente que me hace reír, el hombre capaz de decirme las verdades más absolutas y sacarme una carcajada… ¿por qué terminamos hace ocho años? Ha verdad, porque él es cinco años más chico que yo y sentía que yo era para algo serio, eso lo incomodaba, porque se proyectaba pero no quería hacerlo porque tenía 19 años, si hace ocho años un hombre se complicó porque sentía que era para cosas serias y hoy otro no me toma ni de apunte, que ironía. 

Me pregunto qué pasaría, si él Che supiera que el papá de mi hijo, es ocho años más menor que yo?… y de repente me acuerdo del barco, el vaivén del suelo, el caminar con ese vaivén constante, las veces que sentada en la cama junto al padre de mi hijo me pregunté porque no veía un futuro para nosotros y las palabras en su voz grave y suave sobre las cosas que extrañaba de casa, las que extrañaba de su vida en tierra, como si todo se tratara de un pasado distante, cuando la verdad era que solo llevaba seis meses en el barco él y yo tres, esa intensidad de la vida, esa mezcla de reality y libertad infinitas, donde afloraba la personalidad tal cual su naturaleza y me preguntaba porque yo parecía tan cuerda en ese mundo de locos….

Tic tac…. Volver al presente, me quito el reloj mejor, estoy demasiado cansada para pelear contra mi cerebro que me tiene entre el presente y la melancolía, al final no me molesta estar triste, me molesta esta sensación de que no puedo hacer nada más y el dolor, detesto ser vulnerable y si enfermarme implica tomar todo mi auto control para no gritar de la rabia, este dolor que no tiene un punto en específico, que no se subsana con analgésicos y no que no puedo evitar sentir, es más desesperante aun…


Tic tac, el reloj está en mis manos, miro sin ver nada en particular, pensando que el vendrá hasta mi puerta, aunque no sé qué objetivo tendría eso ya… miro mi reloj es de colores suaves, de flores azules y rosas, ¿Cuánto tiempo más va a tener que pasar para que se me pase esta mezcla de pena y desazón? ¿Cuándo voy a poder decir no más! Para salir adelante y sonreír sin pena… Cuánto?


Han pasado horas, las estrellas me recuerdan que debería estar dormida, el frio entra por la ventana abierta y mis ojos están fijo en la tele, tengo que dejar de pensar… en algún minuto tengo que dejar de pensar, no se trata de odiarlo, sino de dejarlo ir, de dejarlo desaparecer del presente como él quiso, después de todo fue él quien desapareció…. Tengo que dejar de creer que va a ocurrir un imposible, que va a venir a decirme que me ama, desesperado porque se da cuenta que me ha herido, rogando que no lo olvide… Tengo que dejar de pensar… Tic tac… suena el reloj que olvide dejar en otro lado y me doy cuenta que mientras más lo intento más pienso en él… Tic tac… Tic tac… Incansable tic tac…

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