martes, 5 de febrero de 2013

Tengo vida (parte 3)


Cero Barón

La mañana de visitas y familiares me agotó, no tenía ánimo ni de ir al baño. La tarde fue más tranquila con mi hermana que trato de entender que había pasado, se sentía responsable porque no había llegado a verme o porque no estuvo conmigo después de la primera operación, mis padres llegaron esa tarde con la noticia de que habían identificado al conductor, se estaban haciendo las pericias para ver si la abolladura del auto coincidía. 


No pude sonreír, la verdad no quise hacerme falsas expectativas. Para el final del día estaba tan cansada como si hubiera corrido una maratón, la doctora pasó a verme pero me estaba quedando dormida, mi hermana se quedaría eso noche conmigo, su sentimiento de culpa había pasado a ser de responsabilidad y dado que mi madre no se encontraba bien, por varios factores externos a mi accidente, ella se había declarado mi nuevo guardián de sueño. 


A última hora de la tarde había llegado un ramo de flores, pero la verdad es que lo vi al día siguiente, la tarjeta tenía un verso de Pablo Neruda que no conocía y al reverso decía Julián y su celular, volví a tener la impresión de que estaba dolido conmigo, pero no pude entender porque yo sabría eso, o que podría hacer para compensarlo. Viviana, mi hermana, estaba despierta junto a mí en la cama del lado, me leyó otras tarjetas y revisó un par de regalos que me habían llegado, prendí la tele pero la verdad no debí haberlo hecho.

“En el caso del atropello a joven porteña en Cerro Barón, la policía baraja dos teorías…” en un extremo mi foto llorando sobre mi cama del hospital y en el otro la mujer hablaba de mí como si me conociera de toda la vida. Una rabia me invadió, ¡¿que se creen estos tipos de la tele?!, ¿Por qué hablan de mí así?, de mi accidente y sin mi permiso… pero no dije nada, solo lloré. 


Viviana me llevo pañuelos y apago la tele. Trato de explicarme que siempre había sido así y que esta vez me afectaba porque era yo de quien hablaban, que no me preocupara. Menos mal que llevo una vida tranquila, a la hora que no ya veía yo que todos mis amigos y pololos, habrían aparecido en la TV dando testimonio de la pena y la impotencia, porque pobrecita yo, había sido atropellada… “Pobrecita”… Me carga ese calificativo… Pobrecita…


Cuando Viviana fue a almorzar, tomé el teléfono y llamé a Julián, pero no respondió, en su lugar una grabadora decía, “Sí es importante deja tu mensaje”… 


“Creo que es importante…” -comencé diciéndole, luego le di las gracias por cuidarme en el hospital y le pedía que si podía me fuera a ver esa tarde. Pero no llegó en la tarde, llegó cuando ya estaba oscuro y mi hermana dormía junto a mi cama, agotada porque se había levantado a las seis de la mañana conmigo.


Lo miré tras su ramo de flores y le sonreí, esta era la primera vez que lo miraba a los ojos sin sentir remordimiento o extrañeza o algo diferente, esta vez lo miré con ojos de interés. Se acercó y dejó las flores en la mesa que estaba al borde de la cama. Sus ojos tenían un brillo diferente esta noche o tal vez era la luna llena que brillaba cerca de la ventana. 


“Gracias por estar aquí”- dije a modo de saludo.


Sonrió y no dijo nada, luego de un rato sacó un libro, el de Pablo Neruda, “Los Versos de Capitán” y se sentó en la silla al otro lado de mi cama, comenzó a leer un verso, que pronto supe era el mismo del que había escrito en la tarjeta. Se quedó gran parte de la noche despierto a mi lado, de pronto me asaltó una duda, ¿qué hacía Julián por la vida?, ¿cómo es que él podía venir todas las noches de la semana a cuidarme o a quedarse conmigo?… Viviana estaba en su último año de carrera a sus 24, era de esperarse que tuviera tiempo, pero él tenía mi edad y no parecía afectado por haber trasnochado tres días seguidos, o por estar ahora conmigo… 


Pero no dije nada, lo escuché hablarme de sus cosas, de lo extraño que le parecía que nunca me hubiera visto, pese a que vivíamos a dos cuadras de distancia y de las cosas que le había tocado vivir en su casa desde que había llegado hace casi dos años. Olvidé que le quería preguntar entre una y otra anécdota y finalmente solo quería escucharlo hasta dormir, cerré mis ojos y me deje llevar por sus palabras, sus historias del mundo…

Cuando desperté tenía la sensación de estar volando, lo veía todo y no lo creía, estaba en otro lado, no es la habitación del hospital. Estaba feliz, como si este fuera el mejor lugar del mundo para estar, camine por todos lados y no vi a nadie a mi alrededor, pero igual sonreía, era como si me hubieran llevado al cielo…


Viviana me llamaba desde la distancia y su cara de preocupación fue lo primero que vi. La enfermera está en la habitación y me habían tratado de despertar hacía horas, pero no lo habían conseguido, según ella estaba tan profundamente dormida que parecía muerta. 


“¿Dónde está Julián?”- pregunté mientras que Viviana se sentaba en la cama. 


Luego de que le contara que él había estado la noche anterior, mi hermana se tranquilizó, al principio creía que era sólo producto de mi imaginación y la enfermera obviamente le corroboro que Julián había sido quien me había ayudado a llegar al hospital y que de algún modo le debía la vida a ese buen muchacho…


Esa frase me hizo pensar, de algún modo le debo la vida… 


El kinesiólogo revisó mi pierna y determinó que el alta sería hasta el lunes de la semana siguiente, porque aunque pudiera dejarme partir antes, tenía que cerciorarse que la cicatriz cerrara bien, y de que pudiera hacer las cosas más básicas sola en mi casa, como ir al baño apoyada en un bastón o algo. La perspectiva de quedarse una semana más hospitalizada no era agradable, pero el médico tenía razón, si me daba de alta ahora y algo pasaba, por muy mínimo, tendría que volver a expresar todo de cero y probablemente tendría una fea cicatriz y no una pequeña y casi invisible.


El resto del día fue agradable, pero todo el tiempo estuve pensando en Julián, lo extrañaba, si es que uno puede extrañar a un desconocido. Cuando Viviana se quedó dormida me pregunté si él llegaría y no termine de pensar eso cuando él tocó la puerta, con una gran sonoriza.


Nos quedamos mirándonos y luego de un rato me eché a reír, se sentó junto a mí y se rio del yeso y de la elevación de la pierna, que había decidido el kinesiólogo era la mejor manera de que si movía la pierna no me doliera tanto. Después de otro poco de bromas, firmó mi yeso y me preguntó si quería que él se quedara conmigo… La verdad me habría encantado pero si seguía cambiando mi horario de sueño terminaría despierta durante la noche y durmiendo durante el día… otra vez me dio la sensación de que había algo obvio en la vida de Julián que no sabía… Será que trabaja de noche y si trabaja de noche… ¿en que trabaja? No será traficante… o no un prostituto… lo miré mientras pensaba y no pude evitar poner cara de interrogante…

 

Julián no dijo nada, no me hizo comentario sobre mis caras y tampoco comentó nada de su trabajo. Comenzaba a ser más y más molesto esto de no saber nada realmente de él, la verdad no me interesa enterarme de todos los detalles de alguien de buenas a primeras pero ahora… Ahora quería saberlos, trataba de recordar la casa que me decía estaba viviendo y solo recordaba la casa quemada de esa esquina, tal vez estaba junto a esta, pero lo cierto es que no lograba recordar haberlo visto en la ventana y siempre miro hacia arriba en esa esquina porque hay una viga que parece que se va a caer sobre uno y me da miedo… pero él no estaba en la periferia de mis recuerdos… 


Finalmente había estado en silencio tanto rato que él pareció notar mi incomodidad y dijo algo que no esperaba escuchar, “Soy Vampiro”. Parpadeé tres o cuatro veces, lo miré a los ojos y me eché a reír… 


“Buena broma”


Respondí después de que logré contener el ataque de risa, pero él no se rio, no se inmuto, sólo se quedó mirándome. 


“No deberías ser más blanco para ser vampiro?”


Pregunté después de que él no dijera nada, Julián se sentó hacia atrás y palideció hasta quedar blanco como papel.


“Pero si eres vampiro porque no me ayudaste en la calle, porque no detuviste al automóvil o porque no te afectó mi sangre?”.


Se levantó y pareció flotar en la habitación y dijo: “¿Qué es lo que recuerdas del accidente?…”


¿Qué recuerdo?...mi cabeza dio vueltas un rato y la voz suave de Julián me narró parte de lo que pasó, caminaba con las manos en los bolsillos, tenía un audífono en la oreja, escuchaba algo… 


“Luego cruzaste la calle y viste a alguien volando, así que te quedaste parada en la mitad de la calle, el auto que estaba doblando no te vio, tú me mirabas a mí, yo te decía que habían bellos arreboles, que la tarde terminaba hermosa y que no había nada más que la puesta de sol… fue por mi culpa que te atropellaron, el auto no logró frenar a tiempo, el golpe te lanzó con tanta fuerza que te podría haber matado, trate de evitarte una muerte segura… Pero no conseguí hacerlo bien, te habías enterrado parte del parachoques del auto, y cuando gritaste por ayuda… volví lo más rápido que pude…”


Julián parecía volar por la habitación, luego me dijo algo que me pareció demasiado fantástico “¿Quieres recordar esta conversación…?”


Que si quería recordar… No, la verdad es que no… Pero olvidarla, olvidar que él me había encantado mientras caminaba para que lo olvidara y que por eso me habían lanzado dos metros por el aire… Olvidar… 

“¿Qué saco con olvidar?”- pregunté finalmente.


Pasaba de la media noche y las enfermeras hacían la revisión de los signos vitales de los pacientes más graves, miré por la ventana y sonreí a mi reflejo.


“¿Qué saco con olvidar?”-volví a decir en voz alta.

 

Julián se acercó a mi cama, puso sus manos sobre las mías y me miró a los ojos, esta vez noté que estaba triste y que si hubiera podido habría llorado por él, puse mi mano sobre su rostro frío como mármol y la deje descansar en él… 


“¿Por qué volviste todas las noches?”


La pregunta lo tomó por sorpresa, me pareció que diría algo como por amor, pero en vez dijo, “Porque no soportaba pensar que te había causado daño”


… De que me estaba hablando, el me trajo al hospital, bueno si trato de hacerme olvidar que él volaba, pero él no fue el auto y si me trato de evitar más daño ayudándome a caer ilesa al otro lado de la calle, algo de mérito de daba… 


“Tú no manejabas el auto, no veo cómo me podrías haber provocado daño…”


El guardó silencio y la habitación pareció más grande y más silenciosa cada vez, hasta que le tomé la mano, estaba allí a mi lado, me miraba sin comprender que le perdonara su falta, que insisto no veo que sea tan grave, aunque después de todo lo que pasó tal vez él habría podido devolverme al borde de la calle, claro que para haber hecho eso, debería haber sabido que iba a suceder... En fin, las soluciones son miles, pero la verdad es que el auto me golpeó, mi pierna quedó con un fierro de diecinueve centímetros y tuve que estar en el hospital casi dos semanas. Esos eran los hechos dijera lo de dijera, no había cómo cambiarlos.


Julián me miraba con claro desconcierto, sus ojos reflejaban algo parecido a un sentimiento... ¿Pena?... ¿Alegría?... no lo supe en ese momento, y no quise preguntarle nada, luego de quedarse a mi lado esa noche entendía que tenía un nuevo amigo, uno que me cuidaría de modo incondicional, aunque no tenía porqué y qué haría muchas cosas sólo para que yo estuviera más tranquila. Poco antes del amanecer, salió de mi habitación y mientras que se iba me sonrió contento.


“Gracias por perdonarme”, dijo mientras se iba.

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