Miraba por la ventana. Que lejos estaba de tener alguna idea
de lo que me podría pasar, en todo caso, jamás admitiría que algo así sucediera
si hubiera tenido alguna pista. Pero como suele suceder en la vida de alguien
que presta más atención al mundo que a sí misma, lo que sucedió me dio como
bofetada en la cara.
Hace unos días, estaba parada en la calle tratando de para un taxi, pero por
la hora era improbable, además Vitacura suele ser una calle de gente que camina
apurada de un lado a otro y bueno, yo allí mirando entre la lluvia un taxi con
el letrero rojo prendido y nada.
Pasó una micro de una línea, luego otra de
otra línea, finalmente una caravana de autos que levantaron parte del agua del
suelo a su paso me terminaron de aguar el día y nada de taxi, caminé por la
avenida echando chispas y preguntándome porque me habré quedado dormida, tal
vez necesitaba cambiar la canción para despertar, tal vez era ahora de que
admitiera que no iba a llegar y dejara de reclamarle a mi conciencia mi
cansancio. Pero como hija de mi madre, seguía haciendo caso omiso a la lógica y
le pedía al cielo que me regalara minutos más largos, en eso paro un taxi, un
hombre de unos cuarenta años bajó del taxi después de pagar y aproveche y subí
yo.
Después de dar la dirección y argumentar estar apurada abrí
la cartera, en que minuto olvidé desayunar… en fin tenía que intentar estar más
despierta y dejar de soñar, la sonajeara de tripas ya pasaría y me tenía que
arreglar era primordial verse algo mejor. Maquillada con los ojos bien
delineados de color negro y sin querer mirar la hora, me bajé y salí corriendo,
el taxista no dijo nada por la propina de setecientos pesos, que no me sobran,
pero no podía discutir, cuando entre y marque miré el papel del biométrico…
Llegue a la hora?
Miré mi reloj, era la hora correcta…
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